En las últimas semanas, Evelyn Matthei ha realizado una serie de gestos que no han pasado desapercibidos en el tablero político, especialmente por su recurrente cercanía simbólica al color rojo, tradicionalmente asociado a la centroizquierda y al mundo socialdemócrata. Desde apariciones públicas hasta puestas en escena comunicacionales, los guiños han sido leídos por analistas como una señal deliberada de ampliación de su electorado más allá del votante histórico de la derecha.
Estos gestos no se limitan a lo estético. En paralelo, la alcaldesa ha reforzado un discurso enfocado en orden, gestión y sensibilidad social, buscando posicionarse como una figura capaz de dialogar con sectores moderados y desencantados del progresismo. El uso del color rojo, lejos de ser anecdótico, aparece como parte de una estrategia de reencuadre político que intenta desmarcarla tanto de los extremos como de la ortodoxia partidaria.
En un escenario marcado por la fragmentación y la desconfianza hacia los bloques tradicionales, los guiños de Matthei han generado reacciones cruzadas: mientras algunos los interpretan como una jugada pragmática para disputar el centro político, otros los ven como una señal incómoda para la base más dura de su sector. Lo cierto es que, consciente o no, el simbolismo del color ha vuelto a instalar el debate sobre identidad, relato y proyección presidencial en torno a su figura.
Cáchense el último: