En el accidentado show post-elección de gobernadores, Francisco Orrego se transformó en el animador no oficial de la derrota. Mientras la derecha buscaba un tono de autocrítica solemne, él salió al escenario con entusiasmo de karaoke barato, como si la falta de votos se pudiera compensar con decibeles.
Con frases rimbombantes y gestos grandilocuentes, pareció más un candidato en campaña que un vocero realista: el “MC Orrego”, dispuesto a improvisar sobre un escenario que se venía abajo. Su papel fue tan descoordinado que, en vez de consolidar un mensaje político, dejó la impresión de que la derecha había contratado un animador para disfrazar el bochorno.
Al final, entre lugares comunes y arengas sin eco, lo suyo terminó siendo un stand-up involuntario, donde la risa incómoda sustituyó a la convicción. En resumen: mientras la derecha intentaba encontrar un norte, Orrego parecía ocupado en encontrar micrófono y reflectores.
Hace poco tuvo la mala idea de preguntar por qué no lo han considerado para una vocería en el comendo de Matthei, instante que aprovechó baradit para crear este ambiente de troleo:


