28 de Octubre de 2025
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Que José Antonio Kast —un político conservador, empresario, defensor del modelo económico neoliberal y admirador declarado de la dictadura de Pinochet— reciba apoyo en comunas populares no deja de ser un fenómeno político fascinante. En sectores donde el Estado ha sido históricamente ausente, y donde los efectos del sistema que Kast defiende han golpeado con más fuerza, su mensaje de “orden y seguridad” ha calado hondo. El discurso directo, el rechazo a la élite política tradicional y el uso hábil de redes sociales han hecho que muchas personas lo vean como “el único que dice las cosas como son”.

Lo paradójico es que buena parte de sus propuestas van en contra de los intereses de esos mismos votantes: reducción del rol del Estado, eliminación de subsidios, cuestionamientos a la salud y educación pública, y una defensa férrea del mercado por sobre lo social. Aun así, en poblaciones donde la delincuencia es una preocupación cotidiana y donde se percibe que “la izquierda se dedicó a hablar en inclusivo mientras la vida se puso más dura”, Kast aparece como una figura de fuerza, aunque su programa favorezca a los sectores más acomodados.

Este apoyo revela algo más profundo: una desconexión emocional con la izquierda tradicional y una sed de respuestas simples frente a problemas complejos. Kast no gana por convencer con su modelo económico, sino por tocar teclas sensibles como el miedo, la frustración y el abandono. En ese sentido, su éxito entre los sectores populares no es tanto un respaldo a su ideología como un grito de protesta contra un sistema que, desde cualquier color político, les ha fallado por demasiado tiempo.

Le consultaron lo siguiente a Groz, la inteligencia artificial de X, y esto pasó:

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