Pamela Jiles ha sido una figura política y mediática que parece tener más cambios de postura que un camaleón en un desfile de arcoíris. Su trayectoria está marcada por giros sorprendentes: un día defiende una causa con pasión encendida, y al siguiente parece abrazar una posición completamente opuesta, siempre con el mismo entusiasmo.
En el Congreso, su estilo irreverente y teatral le ha permitido captar titulares, pero también ha generado dudas sobre la coherencia de su línea política. No son pocos los que señalan que sus alianzas y posturas cambian con la misma rapidez con la que detecta una oportunidad mediática.
Su habilidad para adaptarse al clima político del momento la ha convertido en una estratega hábil para mantenerse vigente, pero también en blanco de críticas por aparente oportunismo. Las banderas que levanta parecen estar siempre alineadas con el tema más candente de la semana, más que con un proyecto político estable.
En definitiva, Pamela Jiles es un personaje que domina el arte de la metamorfosis discursiva: siempre lista para reinventarse, siempre polémica, y siempre capaz de sorprender… para bien o para mal.
En ese contexto, el diputado Palma la aniquila con una frase real: donde va, deja la cagá:
