La operación de la compra de la casa de calle Guardia Vieja 392 llevaba todos los ingredientes de una comedia política: millones de pesos de por medio, ministras renunciadas, destitución de senadora y una derecha que, con megáfono en mano, ya anunciaba “¡corrupción a la vista!”. Sin embargo, tras nueve meses de indagatoria, la Fiscalía Regional de Coquimbo declaró que no hay antecedentes suficientes para imputar a nadie por fraude al fisco o tráfico de influencias en este asunto.
En otras palabras: todo el espectáculo, y al final… el telón baja sin que nadie haya cometido (al menos legalmente) delito alguno.
Mientras tanto, la derecha parlamentaria corría por los pasillos exigiendo responsables, culpables y sanciones ejemplares, como si hubiera trofeos de prontuario listos para repartir.
Pero el cierre de la investigación les dejó con las manos vacías: el bulto grande —la familia Allende, la exsenadora Isabel Allende y la exministra Maya Fernández— salió sin cargos y soltando “no hicimos nada malo”.
Detalle curioso: todo el ruido montado, la presión, la indignación… para un “oops, no hay delito”.
La moraleja de esta tragicomedia política es clara: se arma un escándalo monumental, se caen ministros, se cesa a senadoras, se habla de “negligencia” y “incompetencia” por parte del Gobierno, y al final el expediente se archiva por falta de pruebas.
Y mientras unos celebran haber “levantado la alfombra”, otros se quedan preguntando: “¿Y el polvo dónde está?”. Al final, la derecha se queda con el micrófono y el público confundido, preguntando si el show era para ver culpables… o simplemente para televisión.
Y no podemos cerrar sin mencionar a Leslie Ayala, periodista estrella del periódico del pánico, que en su momento sopló las primeras brasas con reportajes y titulares dignos de serie de Netflix. El problema es que, al final, el gran “escándalo” terminó siendo más ruido que nueces. La tormenta mediática se disipó, pero el eco del show sigue flotando. Obviamente, las redes no se lo perdonaron:
