Lily Zúñiga —apodada “la negra tatuada”— fue durante años una figura clave en las sombras de Unión Demócrata Independiente (UDI). Como jefa de prensa y mano derecha comunicacional de varios dirigentes, conocía los pasillos, las conversaciones privadas y el modo en que el partido operaba de puertas adentro. Su cercanía con el poder interno la convirtió en testigo privilegiada de las estrategias políticas, incluyendo el uso de boletas y mecanismos de financiamiento que más tarde serían investigados en el marco del caso SQM.
Su salida fue tan mediática como explosiva: tras alejarse de la colectividad, rompió el silencio y reveló detalles sobre prácticas internas que hasta entonces se mantenían bajo un pesado manto de silencio partidario. Sus declaraciones encendieron titulares, incomodaron a figuras históricas y la transformaron en un personaje mediático por derecho propio: polémica, directa y sin pelos en la lengua. Desde entonces, Lily Zúñiga pasó de ser “la mujer detrás de la UDI” a una de sus críticas más incómodas.
La otrora asistente del partido, contó sobre como hacían las boletas fraudulentas en la UDI: “El segundo piso de la UDI era un centro de listas de ruts (…) Los chicos de la juventud dejaban los ruts”